Desde hacía no se cuanto tiempo, yo quería conocer México, Y no Acapulco, no Cancún, quería conocer Teotihuacán, el Museo Nacional de Antropología en el DF y San Cristóbal de las Casas.
Ese año, se había dado todo para que pueda ir a México, me había quedado sin trabajo, me pagaron una indemnización, y me podía encontrar con un pibe que había conocido en Buenos Aires, recorrido un poco y hablado gran parte del año.
Así entré a México, para el
Día de la Guadalupe, una ciudad gigante, un encuentro desabrido y unas amigas nuevas marcaron los días que siguieron a mi llegada. Del DF, pasé a Oaxaca y de ahí a San Cristóbal de las Casas,
Viajaba con una guía Michelín, que no estaba del todo actualizada, así que antes de salir de Oaxaca, volví a chequear la dirección del hostel que había elegido en Internet, ahí descubrí que era diferente y si quería hacer valer mi descuento de HI debería ir al hostel indicado.
Los días en Oaxaca no fueron los más felices, un chamarro viejo que me invitó a tomar mezcal, una escuela de niños de inglés que decidían entrevistarme aunque no fuera mi idioma, un corazón desilusionado más que roto marcaron el ritmo de esos días.
Las amigas estaban pero por la noche, así que los días eran al menos raros. Emprendí la retirada casi corriendo, y en un bus, bastante barato me fui cuando ya era de noche.
Así llegué a la mañana muuuuuy temprano al Hostel Posada México. Eran poco antes de las 8 de la mañana y pese a eso pude tomar el desayuno, la habitación era sola para mí, así que busque algo de ropa de día y bajé caminando.
Al llegar a la plaza principal, y al decir ok, te compro esta lapicera a un pequeño, me vi rodeada de vendedores de todos los tamaños y edades que vendían cualquier tipo de artesanía. Juro que estaban por todos lados, casi me hacen perder el equilibrio, pero antes vi como todo el cambio que tenía en las manos se iba entre pulseras, lapiceras, imanes y cosas que iba adquiriendo. Sólo cuando mi monedero quedó en cero quedé sola parada.
Eso me hizo sentir algo mal, sin embargo, lo estaba logrando, estaba en San Cristóbal de las Casas, se puede decir que estaba cumpliendo uno de mis sueños.
No salía de mi asombro, el lugar es realmente hermoso. Y yo estaba ahí un poco sola antes de que llegaran mis amigas a las que me iba a encontrar en la tarde de Nochebuena.
San Cristobal es una de las ciudades más bellas que recuerdo, tiene un encanto fuera de lo común, y unos colores hermosos, si me pongo a pensar, es tal vez para mi la ciudad que más representa lo que pensaba que era México, gente cálida, colores fuertes, sabores persistentes y cielo profundamente azul.
24 a la tarde, reunión con las amigas que había conocido en el DF -una norteamericana y una italiana- y emprendido mis aventuras por Oaxaca tras fracaso de intento amoroso. Salió restaurante tradicional con guía local - compañero del MBA de la american girl- muchos tacos de cosas raras...incluyendo ¡ubre de vaca! y algunos litros de agua de Jamaica.
Hay quien dice que el agua de Jamaica se pone más rica para las Navidades. ¿¡Quién lo sabe!?
Era la noche de Santa Claus, sin embargo tenía planeado dormir.
Pero no contaba con la astucia de la vida, y esa noche el Posada México Hostel tenía planeado su fiesta de Navidad. Me iba a dormir, pero mi room-mate mexicana de esos días me pidió que la bancara, quería hacer algo con unos güeritos que tenía visto, Y yo no, no quería saber nada pero bueno, corrí al mercado e hice lo único que podía cocinar a esa hora de la noche. Una asquerosa ensalada de atún.
En la cocina había un yankee que estaba cocinando desde muy temprano haciendo algo que no recuerdo, y unas chicas habían conseguido un vino de su país, y así las cosas hablé un poco con unos argentinos, unos mexicanos y un chileno. La verdad, que no quería pensar y hablar en inglés.
Seguí hablando con el chileno, y nos fuimos a tomar algo en un lugar que tenía algo de revolucionario en el nombre, Pero yo quería que quede claro que nada que ver, que había sido abandonada por un australiano y que no quería conocer a nadie.
Al día siguiente, salimos de nuevo, San Juan Chamula, uno de los lugares más increíbles del mundo sirvió para seguir viaje. Así las cosas, como quien no quiere que pase nada, empezamos a viajar juntos.
Recorrer los mercados de Chiapas, con esos colores que son tan de ahí y que aparecen en mi cabeza cuando pienso en México.
Y volvimos al lugar con nombre revolucionario, y tomamos otro vino, y fuimos a un restaurante argentino en donde escuchaban cuarteto cordobés. Y seguimos viajando, subiendo lomitas y escaleras, caminando por las calles festivas de San Cristobal de las Casas.
Parecía que nadie quería que el tiempo pasara, y
que esos días de navidad en San Cristóbal de las Casas quedarán ahí suspendidos en el tiempo. Será por eso que si pienso en un destino romántico, no puedo dejar de pensar en ese San Cristóbal en Chiapas.
San Cristóbal, nos quedó chico, y seguimos viajando. Pasaron más de cuatro años. Y seguimos viajando.
Bueno, tenía ganas de compartirles mi historia, Que para mi es la más linda del mundo. Gracias San Cristóbal por la magia.